La lucha de un trabajador contra los que incumplen la ley.
Francisco tiene 10 años. Camina
por la calle Lima, de la mano de su papá, Ricardo Junghanns, editor del
noticiero de Canal 13. Junghanns fue despedido hace tres años y medio,
acusado del peor delito que para ciertas empresas un trabajador puede
cometer: ser delegado gremial. La ley impide que un representante de los
trabajadores sea echado sin causa, la ley protege la libertad sindical,
ampara la estabilidad laboral del delegado.
Ricardo entabló un juicio contra ARTEAR S.A. Lo ganó en primera
instancia, Canal 13 apeló. Lo ganó en segunda instancia, Canal 13 apeló.
Lo ganó por tercera vez, Canal 13 apeló. La Sala 8 de la Cámara de
Justicia en el Trabajo acaba de darle la razón por cuarta vez
consecutiva, ordenando que la empresa lo reincorpore de inmediato.
Entonces Francisco camina contento con su papá. Tres años y medio pasó
Ricardo sin cobrar su salario. Rechazó una propuesta miserable de la
empresa, que le ofrecía dinero y trabajo en una compañía anexa, sin
ninguna vinculación con la tarea periodística que Junghanns realizaba al
momento del despido. Aceptar ese dinero era claudicar, renunciar al
derecho que, con el voto de sus compañeros, el trabajador se había
ganado: representar a los suyos, organizarlos, defenderlos.
Muchos podrán pensar que a Junghanns le sobra la plata, que tiene
negocios secretos, que por eso insiste en su pelea judicial, que
especula con obtener oscuros beneficios. Son los mismos que creen que,
como ellos, todos hacen todo por un billete.
Miércoles 30 de mayo, 14.30. Francisco ve a su papá entrar al noticiero
del 13, acompañado por cien colegas de otros canales de televisión.
Pero Junghanns no puede pasar. Se lo impide un empleado de seguridad
privada. Da pena ver como la empresa lo deja solo a ese empleado,
enfrentando a un escribano, un veedor del Ministerio de Trabajo y a
miembros de la Unión de Trabajadores de Prensa (UTPBA).
La pena se desvanece, cuando trabajadores del canal informan que ese
mismo empleado, durante las asambleas, trasmite por su Handy los nombres
de cada uno de los participantes de la reunión gremial… Se oye una
sirena de fondo. ¿Son los bárbaros sindicalistas los que realizan
disturbios? No, es la empresa la que enciende la alarma para que el
ruido tape la voz de los que manifiestan.
Pero hay algo para decir. Y quien quiera oir, que oiga: No hay libertad
de prensa sin libertad de conciencia, no hay libertad de conciencia sin
dignidad laboral, no hay dignidad laboral sin libertad sindical.
Francisco se retira del canal, otra vez cacheteado por la realidad.
¿Querrá ser periodista algún día? ¿Se preguntará por qué los que
declaman el cumplimiento de la ley la burlan? ¿Preguntará qué salarios
cobrará dentro de 10, 15, 20 años, si algunas empresas insisten hoy en
degradar y atentar contra la justa retribución de sus empleados?
Mi hija mayor tiene la misma edad que Francisco. Yo, como Ricardo,
también soy delegado gremial. Junghanns sigue en la calle. Mi deber es
contar su historia.